La cultura imperante en este siglo y el siglo pasado, colaboró en describir a la gente de edad como seres torpes, inferiores, indefensos, incapaces de creatividad o entusiasmo y absolutamente carentes de pasiones.
Todo esto responde a una sociedad donde el valor más preciado es la juventud, identificada con fuerza, potencia ilimitada, eficacia e inmediatez.
Aunque existen intentos de propuestas diferentes, aún es bajo el volumen necesario para levantar voces que recuerden que el transcurso de los años también conlleva mayor paz y serenidad, tolerancia, ternura, sabiduría, crecimiento interior, enormes posibilidades de amores no posesivos, capacidad reflexiva hacia sí mismo y los demás, desapego material, simplicidad voluntaria en el estilo de vivir, profundidad, creatividad y mucha paciencia.
Desde la perspectiva social actual los mayores están excluidos de la dinámica familiar cotidiana, como también despojados de protecciones adecuadas en salud pública, castigados en los sistemas privados con aumentos arbitrarios de sus aportes por la edad, de jubilaciones y pensiones humillantes, marginados de los espacios sociales, descalificados en su saber natural, con lo cual es natural que se retraigan y se enfermen más, y se desapeguen de la vida prematuramente.
Es muy difícil pelear y ganar la batalla contra el “arrinconamiento” emocional con que castigamos a nuestros mayores. Pero es necesario, para seguir viviendo con dignidad, que dejen de sentirse socialmente desvalorizados y físicamente inservibles.Las personas mayores necesitan aprender a vivir con la realidad de lo que poseen, renunciando al afán joven de buscar cada día poseer algo más.
Posiblemente nunca mejor momento como para sumarse al movimiento denominado como “simplicidad voluntaria”, que propone y promueve vivir con el menor consumo, la mayor paz y placer posible. Dicen que los mayores son el tiempo que les queda por vivir. Pero cuando pasan los sesenta, es muy difícil vencer la epidemia de bulimia emocional que les ataca.
La conciencia del tiempo que se acaba, por momentos desencadena brotes de melancolía, de oscuros pensamientos con los que abruman a los demás, especialmente a los hijos y nietos .Se hace necesario rescatarlos y volver a sacarle brillo a los tiempos hermosos vividos. También sacarle provecho a la ruta por la que aún transitan, pudiendo vivir otros momentos semejantes.
La gente mayor suele encerrase en “su casa”, con sus objetos que representan cada momento del tiempo pasado y ya vivido. Otros siempre encuentran algo para hacer dentro de las cuatro paredes, en este refugio que los mantiene como en proyecto permanente. Las mujeres suelen comentar entre ellas “siempre hay algo para arreglar en la casa”. Hay un proverbio turco que afirma “en la casa terminada es donde se deja entrar a la muerte”.
Fuente. Mirta Videla. Psicóloga clínica. Argentina. Universidad Católica de Oriente.