La población envejece. La esperanza de vida es cada vez mayor y el número de ancianos crece en los países desarrollados. En consecuencia, también aumentan las enfermedades relacionadas con la vejez, como la demencia. «PLoS Medicine» ha publicado un nuevo trabajo que estudia la tendencia a padecer demencia en los últimos años de vida. Según sus conclusiones, las estrategias actuales de prevención sirven para retrasar la aparición de la demencia pero no para evitarla.
La mayoría de las investigaciones sobre la epidemiología de esta patología excluyen a este tipo de pacientes. Para conocer la prevalencia real de la demencia en la vejez el equipo británico, liderado por Carol Brayne, de la Universidad de Cambridge, entrevistó a cerca de 12.000 personas mayores de 65 años procedentes de seis lugares rurales y urbanos diferentes de Reino Unido. Las entrevistas se repitieron a intervalos regulares durante 10 años. Del total de los participantes, 2.500 habían fallecido con indicios de demencia diagnosticada en el último año de vida.
Es decir, que casi un tercio de los participantes (30%) estaban aquejados de esta enfermedad en el momento de fallecer, aunque la incidencia era mayor en función de la edad. Mientras sólo el 6% de las personas fallecidas entre los 65 y los 69 años habían desarrollado la enfermedad, la mayoría de los que superaban los 95 años (58%) había desarrollado este trastorno neurodegenerativo. Las mujeres presentaron más tendencia a sufrir demencia que los varones, independientemente del hecho de que las féminas viven más años que los hombres.
¿Educación protectora?
También se valoró la supuesta protección que proporciona un alto nivel educativo y social. Anteriores estudios habían concluido que las personas que realizan más actividades intelectuales y las que tienen mayor poder adquisitivo tienen menos riesgos de desarrollar demencia. El supuesto efecto protector de la clase social alta se achacaba un estilo de vida más saludable, práctica de ejercicio y no fumar.
Sin embargo, en la muestra del estudio británico «el efecto protector era mínimo: una clase social más alta redujo el riesgo de morir con demencia sólo un 2% y un mayor nivel educativo disminuyó el riesgo un escaso 7%».
Ante esta desesperanzadora perspectiva que ofrecen las conclusiones del estudio, los expertos se preguntan: «¿Es la demencia una maldición inexorablemente ligada a la vejez?». Desde su punto de vista, parece que sí.
Estar preparados
Los nuevos datos proporcionan información útil para enfocar con mejor criterio las políticas sanitarias y saber hacia dónde dirigir los trabajos sobre posibles estrategias de protección.
Las sociedades deben «invertir en proporcionar un cuidado de calidad a los pacientes». Los autores creen que son necesarios «estudios directos sobre los posibles beneficios y efectos adversos de las medidas preventivas», centrados «tanto en la acumulación de placas beta amiloide [en el cerebro, propias del mal de Alzheimer] como en el daño cerebrovascular».
Los estudios observacionales sugieren que tratar la hipertensión, evitar la obesidad, el tabaquismo, hacer ejercicio moderado y llevar una dieta equilibrada para no desarrollar intolerancia a la glucosa protegen de la demencia. Sin embargo, a la vista de los datos del trabajo británico, «este tipo de estudios [observacionales] no pueden definir con precisión los factores que influyen en el riesgo de desarrollar demencia».
También reconoce que, aunque con las actuales estrategias «el número total de pacientes de demencia en el periodo previo a la muerte no va cambiar», los beneficios son «enormes» porque «posponer unos años la aparición de la demencia reduce la carga para las familias y demás cuidadores.
Fuente: El Mundo.