La prolongación de la vida es una de las características que se manifiesta en nuestra sociedad y conlleva múltiples desafíos, que deben encontrar respuesta que permitan a este cada vez mayor segmento de la población, el logro no sólo de una vida más larga sino también de mejor calidad.
La segunda mitad de la vida posee un significado y una finalidad diferentes del objetivo biológico y natural de la primera. El cambio de roles, la muerte de cercanos, los cambios físicos y las numerosas e inevitables consecuencias del proceso de envejecimiento, contribuyen a activar un proceso de revalorización y reestructuración de las prioridades personales.
La pérdida, independientemente de la edad, es una situación real o potencial; sin embargo, en la vejez, tiene un significado particular, que se hace más evidente. Las pérdidas físicas y sociales pueden ser manifestaciones que limitan la calidad de vida de los Adultos Mayores. Es así como pérdidas físicas, sociales y de calidad de vida, guardan una estrecha relación en la condición de salud integral del Adulto Mayor.
Revisar las propias pérdidas y con ello reestructurar la propia vida permite encontrar significados nuevos y pistas que muestren el propio sentido de vida. Esta búsqueda de un sentido, puede tener su comienzo en asumir la propia edad. Esto solo lo hace el que acepta su edad con sus valores y sus límites.
Mejorar la calidad de vida y, por ende, la condición de salud del Adulto Mayor, es posible si se entrega un particular énfasis en la dimensión espiritual de la vida, pero sin dejar de lado las dimensiones física, social y psicológica. Así lo entendieron los asistentes al Curso “Pérdidas y Sentido de Vida”, dictado por voluntarias de la Fundación Amanoz.
Cuando hablamos de “dimensión espiritual” nos referimos a aquella que le da un significado a la vida. El término “bienestar espiritual”, por consiguiente, implica plenitud, realización.
Podemos definir la espiritualidad como la comprensión, por parte de la persona, de su propia vida en relación a sí misma, la comunidad, el medioambiente y Dios. Se trata de una construcción psicológica que comprende tanto el mundo profano de la experiencia como el mundo de la trascendencia; un continuo proceso interior de integración de recuerdos, experiencias, anticipos y un esfuerzo por relacionarse con los demás, con confianza y empatía.
Fuente: Amanoz. www.amanoz.cl